jueves, 16 de agosto de 2018

¿Dónde está La Paz?

¿Dónde está la Paz?
En la serenidad, que es el final de la confusión. La paz la tenemos que encontrar en nuestro interior, en el mismo lugar donde están también la tensión, el sufrimiento, la duda. No se encuentra en el mar, o en la montaña, ni es facilitada por un Pedagogo. Allí donde experimentemos duda, tensión, sufrimiento, podemos encontrar la solución a esos estados de ánimo. Al pretender escapar, por ejemplo, de la duda nos hundimos más en la misma.
Todo está en el plano de la apariencias. Si nos introducimos más allá de las apariencias y buscamos a verdad, veremos que lo que existe es: el nacimiento en un principio, cambios en el transcurso de la vida y fin al término de la misma. Cuando comprendemos esto y lo vemos con claridad entonces estamos felices y en paz.



No hallamos la paz buscando el lugar o la persona perfecta. Tenemos que observar y buscar la verdad no las otras realidades. Nuestro lugar, nuestro hogar verdadero es la paz interior. Cuando nuestro corazón esté preparado, la paz vendrá a nuestro encuentro.

Lo bueno, lo bello, la recto, lo sabio, nos proporcionan el camino, que nos llevará a la verdad, pero no son la verdad. Son la ruta que nos llevará a la meta buscada.
Con las cosas que contemplamos como desagradables, indeseables, intentamos descubrir lo bueno que existe en ellas. No olvidar con cuanta frecuencia salimos de nosotros mismos atendiendo cosas, pensando en personas y lugares, buscando paz y un sentido, pero olvidamos que la fuente de todo se halla en mi corazón. Ahí tengo que buscar y centrarme.
Haz una incursión en lo más profundo del ser. Llega hasta el centro de tu ser. ¿Oyes el sonido? Cuando lo oigas, tómalo y no lo “sueltes”, porque ese sonido te está proporcionando una gran paz, que brota del centro de tu ser y se extiende por todos los miembros del mismo. Repite el sonido que has captado y crecerá la paz interior.  Paz que llega a todas las partes de tu cuerpo: piernas, tronco, brazos, cuello, cabeza. Te invade totalmente. Cada vez que retomes ese sonido una energía de paz te invadirá por completo, junto con una tranquilidad y confianza, que harán desaparecer las preocupaciones y otras situaciones.
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¡Cuan necesaria es la paz interior!. Pero ¿cómo voy a transmitir paz a los demás, cuando mi propio corazón está en conflicto? Conflicto entre lo que digo y lo que hago. No puedo transmitir perdón, si estoy resentido y amargado; no puedo transmitir deseo de verdad, estando a la defensiva y con temor; no puedo ofrecer sosiego, si mantengo una actitud de desacuerdo y de oposición. No puedo ser y enseñar compasión, si muestro impaciencia por condenar y veo maldad en donde hay ignorancia y debilidad.
Si es la paz lo que buscamos, tratemos de cambiarnos nosotros mismos, no a los demás.
Si queremos alcanzar la paz y la felicidad tenemos que minusvalorar todo, perder todo lo que poseamos. ¿Y cómo? No desprendiéndonos de ello ni rechazándolo, porque cuando se renuncia a algo de manera forzosa, nos apegamos más a ello y para siempre. Sino que hay que considerarlo como un mal sueño, y entonces se conserve o no habrá perdido todo poder sobre nosotros y ya no nos hará daño. Conseguido ese proceso nos habremos liberado de ese mal sueño, que no hace más que proporcionarnos preocupaciones, oscuridad e infelicidad.
El apego
El apego es lo que origina la infelicidad y hace que no vivamos en paz. Porque lo que sucede con el apego es que si no conseguimos lo que queremos (a lo que estamos “apegados”), produce infelicidad; y si se consigue, no nos proporciona realmente  la felicidad, sino tan solo un instante de placer pero seguido de una preocupación y temor de perder dicho objeto conseguido. Entonces ¿cómo salir de ese círculo? Renunciando a los apegos. ¿Y cómo renuncio a los apegos? Superando las falsedad de creer que sin ese apego (cosa o persona) no puedo ser feliz. Disfrutando de las cosas sin quedar enganchado, pegado a ellas, sabiendo que puedes ser feliz sin ellas. Y también disfrutando de todo lo que te rodea sin aferrarte a una o unas pocas cosas (o personas), porque es el apego el que te impide apreciar la bondad y belleza de las cosas y personas. En definitiva, de los apegos nos liberamos no con la renuncia, sino en no renunciar a nada ni aferrarse a nada, es decir, en saber valorar todo y saber dejar que todo pase.
El apego te lleva a centrarte en las emociones, en el momento de placer que el apego te proporciona y no ves el sufrimiento y la falta de libertad que el apego te produce, junto con la paz, libertad y felicidad que también te ocasiona.

La sociedad que nos rodea está llena de apegos. Apego al poder, dinero, la fama, el éxito, la propiedad. Liberémonos de esta cultura basada en la codicia y la avaricia que proporciona el apego y te hace vivir en un mundo de desamor y egoísta.


El amor es el que hace posible la paz y la libertad. Y volvemos a la clave. ¿Qué hace que ese amor no convenza, haga imposible la paz y la libertad? El apego. Si hay apego no hay amor; puede darse cordialidad, simpatía, pero no amor. El amor siempre responde; siente de verdad. El apego apaga la sensibilidad. Siempre que se de apego hacia cualquier cosa o persona no puede haber amor, porque el amor es sensibilidad. El amor, como la sensibilidad, no puede ser parcial, incompleto.

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