¿Existe el infierno?
Si se acude a encuestas (estudios sociológicos) pocos aceptan la posibilidad de un castigo y menos de un castigo terrible que lleve al el infierno.
Hay personas que no creen en un ser supremo, y entonces después de la muerte, hayas hecho lo que hayas hecho, no hay la nada.
Otras personas creen en la existencia del demonio y del infierno.
En relación con el demonio, el conocido exorcista de Roma Gabriele Amorth, fallecido en 2016, dice que el demonio actúa fundamentalmente de cuatro modos: a) por la posesión diabólica, la más grave, cuando se apodera de una persona; b) las vejaciones, cuando el demonio, aun sin poseer a las personas, se dedica a molestarlas,; c) la obsesión diabólica, cuando se adueña de la mente con pensamientos obsesivos, que pueden llegar a imposibilitar una vida normal, d) la infestación diabólica, que no afecta directamente a las personas, sino a casas, objetos o animales, como sucedió en el evangelio en el episodio de los cerdos y el endemoniado de Gerasa (Lc 8, 30-34).
Para combatir al demonio están los exorcismos, que es una oración pública reservada a los sacerdotes autorizados por su obispo, y las oraciones de liberación o sanación, que las puede hacer cualquiera, sacerdote o laico, y no tienen fórmulas fijas. El ejemplo de Jesús nos muestra que si nosotros no queremos, el demonio no puede vencernos
Hoy muchos no creen ni en la existencia del diablo ni del infierno, especialmente en la de éste, porque afirman que son incompatibles la bondad y misericordia de Dios con la eternidad del infierno, y por ello piensan que, si existe, está vacío
Si nos aporta la teología, hoy, que no se puede hablar del infierno como castigo por parte de Dios y, mucho menos aún, como venganza.
El infierno es, ante todo y sobre todo, lo que Dios no quiere, lo que desde la libertad humana frustra sus planes de salvación para todos y cada uno de los seres humanos. Nunca, pues, debe ser interpretado como una acción positiva de Dios, como un "castigo" y menos aún -so pena de incurrir en blasfemia- como una "venganza".
El afirmar la idea de castigo y venganza hizo despertar el aspecto crítico de la Ilustración que encontró en ese pensamiento uno de los más graves motivos de escándalo y rechazo de la fe, con enormes consecuencias culturales. Si se da por válida esa concepción, resulta inaceptable un castigo eterno para ofensas limitadas de una criatura débil.
La realidad es que desde la intuición de un Dios que crea por amor, que es "Padre" cuya labor consiste en amar (1 Jn 4,8.16).
“… El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor…Así hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor, y el que vive en el amor vive en Dios y Dios en él…”
¿Cómo podría ser de otro modo, si crea únicamente por nosotros y para nosotros: para comunicarnos su amor y su salvación, buscando tan sólo nuestra realización y nuestra felicidad?
¿Pero existe el infierno?
Decía Urs von Balthasar que: si el infierno existe, está por estrenar.
El cristiano no puede pretender salvarse a sí mismo si con él no se salva la humanidad entera.
Si uno buscase la salvación individual, estaría dejando a sus hermanos abandonados a una suerte infernal. El mundo es la casa del cristiano en la que debe comprometerse para que en una comunión de santos y pecadores se camine hacia la plenitud de alcanzar el Cielo.
Esté o no por estrenar, lo cierto es que Jesús en Mt.25,34b.35.41-42.46) nos dice:
‘Venid vosotros, los que mi Padre ha bendecido: recibid el reino que se os ha preparado desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber… “Luego dirá el Rey a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me recibisteis…, Estos irán al castigo eterno, y los justos, a la vida eterna…”
El Catecismo de la Iglesia en el nº 1035 dice: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad.
la Iglesia no ha definido nunca, como dogma de fe, la existencia del infierno. Lo que la Iglesia ha enseñado es que, si alguien muere en pecado mortal, ése se condena. Pero lo que la Iglesia nunca ha definido es que alguien haya muerto en pecado mortal. Ni la Iglesia puede definir semejante cosa. Porque todo lo que trasciende este mundo (por ejemplo, a partir de la muerte), eso ya no está al alcance de todo lo que es inmanente, incluida la misma Iglesia.
Algunos pasajes parecen no cuadrar con esto, pues hablan de castigo, de gehenna o de tinieblas... deben ser leídos desde la clave central de la experiencia bíblica: todo lo que Dios hace o manifiesta va exclusivamente dirigido a la salvación.
Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos regale todo? ¿Quién será el fiscal de los elegidos de Dios? Dios, el que perdona. Y ¿a quién tocará condenarlos? A Cristo Jesús, el que murió, o mejor dicho, el que resucitó, el mismo que está a la derecha de Dios, el mismo que intercede en favor nuestro (Rom 8, 31-34).