La soberbia permite valorarse a uno mismo por encima de los demás y otorga a quienes la padecen un sentimiento de superioridad para presumir de lo que se cree tener y menospreciar a quienes no lo comparten. Un velo que, como decía Miguel de Cervantes, es hijo de la ingratitud y está lejos de la sensibilidad ni a la empatía.
Durante la pandemia, los dirigentes políticos han pecado gravemente de ausencia de liderazgo, de soberbia y de falta de moral, manifestando una postura amoral.
Una de las principales enseñanzas de la pandemia es aprender a ser humildes; las personas deberíamos reconocer nuestros defectos y luchar por combatirlos porque solo eso nos dará confianza y seguridad en nuestras posibilidades. Frente a la soberbia («pasión desenfrenada sobre sí mismo», humildad.
Hay quienes se empeñan en ser la encarnación de la soberbia y se instalan en ella, desde ese plano de superioridad casi obscena que les hace creerse por encima del bien y del mal. Benedetti reconocía que “hay días repletos de soberbia, días que traen mortales enemigos”. La soberbia no es una compañera de viaje recomendable. La soberbia no deja ver la realidad. Los soberbios ni siquiera tienen arrogancia espiritual es, más bien mundana. Es apego al aplauso, al poder, a la vanidad, a la alabanza. A todo lo que les da la seguridad que, en realidad, no poseen.
La soberbia tiene sus compinches. La arrogancia, el orgullo desmedido, la prepotencia, el engreimiento y la suficiencia. En realidad los soberbios son gente mediocre que lejos de ser, prefieren estar. Me gusta aquella frase de Quevedo que reconoce: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”.
“La soberbia es una discapacidad que puede afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.
Si es verdad que el poder hace soberbios, no es menos cierto que la soberbia hace necios.
Es cierto que tenemos que tener autoestima, que es algo muy diferente al ego desorbitado. La autoestima, dentro de los límites de lo razonable.
Sin soberbia y libres de prejuicios propios basados en la estupidez, aprenderemos a escuchar, a reconocer el acierto o no de lo que nos dicen para integrar en nosotros elementos aprovechables.






