domingo, 25 de diciembre de 2016

¿Qué es la rapidación?




La “rapidación” es el nuevo fenómeno que de forma engañosa vende bienestar y calidad de vida. Esta tendencia cultural y nociva consiste en dar a nuestros quehaceres cotidianos un ritmo desorbitado. Y decimos “el tiempo es oro”; de ahí que hay que hacerlo todo rápidamente. Incluso para rezar.  Decimos que rezamos, cuando en realidad lo que hacemos es balbucear algo, mientras la mente está en otros temas. Pero Dios no “entra” en estas prisas. Por eso hay que reivindicar la pausa, el parar; porque hay que parar porque si no te puedes equivocar de camino.  
En el capitalismo se comprende y vive muy bien la “rapidación”. Porque hoy prevalece la  hiperconectividad, se tiende a eliminar la noción de distancia física y temporal, de manera que todo parece ser simultáneo. Estamos en la aceleración de la vida y del trabajo, es decir,  en lo que se conoce como rapidación;  término utilizado por el Papa Francisco en su encíclica `Laudato si’ para criticar la celeridad de los cambios que deterioran al mundo y a la vida humana en general

 El término rapidación  aparece, de manera explícita, en la LS, n:18
A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.”. (LS n:18).

Y en el n: 225, dice: “…Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada» (LS n:225)

miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Vivimos en una sociedad crispada?

La sociedad está crispada 

Con frecuencia se ven (TV) o se oye o lee, noticias como esta: en Francia, es atacada en el metro una pareja española porque él tenía una apariencia extranjera. En una ciudad de Inglaterra atacan a un matrimonio español porque estaba hablando en español. En la Universidad Autónoma de Madrid, insultan violentamente y no dejan intervenir al expresidente Felipe González. En Mestalla (Valencia) agreden a unos jugadores después de lanzar un penalti justamente pitado. Algunos políticos esgrimen sus argumentos de forma violenta y dando gritos más que hablando.

No se puede desear y dar la paz sin humildad. Donde hay soberbia, siempre hay guerra,. Sin humildad no hay paz y sin paz no hay unidad.

Hemos olvidado la capacidad de hablar con ternura, nuestro hablar es gritarnos. O hablar mal de los otros... no con dulzura. La dulzura, es la capacidad de soportarse los unos a los otros.  Es necesario tener paciencia, soportar los defectos de los otros, las cosas que no gustan, etc.

Vivimos en un entorno, donde prima la rapidez. Todo rápido. Caminamos rápido, hablamos rápido, comemos rápido, conducimos rápido, conferencias rápidas, queremos un libro que nos cambie la vida, en unos minutos.
Los estímulos que recibes son que si no adelantas a los demás, retrocedes. Te pasas la vida adelantando. Y de una manera acelerada.

Se ha llegado a la conclusión de que la sociedad en la que nos ha tocado vivir está enferma de “rapidación”. ALGUNOS sociólogos han apodado como "rapidación" el nuevo fenómeno que socialmente nos enreda a casi todos en nuestra sociedad del bienestar, y que consiste en dar a nuestros quehaceres cotidianos un ritmo desorbitado.Todo hay que hacerlo rápidamente, porque hemos hecho realidad eso de que "el tiempo es oro", es decir, que el tiempo es solo para ganar y así poder consumir. Nos dejamos llevar por ese engaño. Y la verdad natural (biológica) innata en la naturaleza es que no debe ser así, a no ser que pretendamos destruir la convivencia, las familias, el medio ambiente y por lo tanto la vida misma. Porque todo en la vida tiene un ciclo natural de donde se derivan los momentos para cada persona y para cada circunstancia. Son los tiempos, que algunos llaman “de Dios”.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Libertad religiosos ¿un derecho?


Libertad religiosa ¿un derecho?
En otros tiempos nos quejábamos de falta de libertad; criticábamos, pero a pesar de todo, la vida parecía tener un sentido: creíamos en el proyecto de sociedad que había que construir, aunque viéramos a nuestro alrededor que se hacían mal muchas cosas.
Con la caída del Muro de Berlín (9 noviembre de 1989) se vislumbró más libertad, pero se ha perdido el sentido de nuestras vidas. Y sin sentido de la vida, la libertad se convierte en algo bastante absurdo. Tener un coche más grande, móviles más sofisticados o unos pendientes con diamantes, no da sentido a la vida. Se ha pasado de lo malo a lo absurdo.
Ante este panorama, las proclamas, los programas, consisten en prometer paraísos, sin darse cuenta que son paraísos que
más tarde o más temprano se descubren falsos. Sería más positivo y realista proponer avanzar para pasar de las lagunas existentes (situaciones de carencia) a situaciones menos malas y con propuestas de mejoras posibles.

En los países democráticos y con constituciones democráticas, la separación de la Iglesia y el Estado es un hecho defendido y aceptado. En España, con el Concilio Vaticano II, y por lo tanto antes de la Constitución de 1978, esta realidad de separación fue apoyada y defendida por la Iglesia (Jerarquía) española. 
La obligación del Estado de mantener su neutralidad en materia religiosa, significa que debe abstenerse de adherirse a una creencia. Es decir, el Estado no puede utilizar el monopolio de la coerción para intervenir en la conciencia de las personas imponiéndoles la obligación de seguir o no un credo religioso.
De ahí que el Estado no puede (no debe) prohibir el uso de símbolos que tengan connotación religiosa, porque estaría adoptando comportamientos que tienen que ver con la merma de la libertad en materia religiosa, adoptando en esos casos un posicionamiento antirreligioso. En ese caso no se trataría por igual a todas las personas en el respeto  y dignidad y se estaría lesionando los derechos humanos.
Sólo se comprendería una prohibición en ese sentido, si hay riesgos probados con esas manifestaciones de atentar a la seguridad de los ciudadanos (como puedan ser atentados terroristas o algo similar), nunca basándose en otras consideraciones. Hay que valorar y respetar  las libertades fundamentales de ir y venir, la libertad de conciencia y la libertad personal.
Debemos superar el odio, rechazo, prejuicios, estereotipos, imposiciones, desinformación e incultura.
Sucede que, el valor que llamamos y que lo es: «Libertad» con frecuencia no queremos entenderlo o defenderlo.

lunes, 8 de agosto de 2016

¿Era ateo Gustavo Bueno?

Gustavo Bueno, “ateo católico”
Gustavo Bueno el católico ateo, como también se definió en la conversación de 2009 con Fernando de Haro, que mostramos en el enlace al vídeo, ha muerto el 7 agosto 2016, a los 91 años de edad. Fue uno de los pensadores más relevantes de las últimas décadas en España.

Lo recuerdo en 1973, dando clases en la Universidad de Oviedo. Aquellas disertaciones sobre la lógica matemática, paseando en el aula en medio de los alumnos.
Gustavo Bueno se confesaba como “ateo católico”. Uno de sus libros se titula: “La Fe del Ateo” (Temas de Hoy, Madrid 2007 ).
No dudó en emplear su formación filosófica y teológica en defensa de la Iglesia Católica, cuando fue atacada desde el absurdo y la ignorancia. Incluso descendiendo a la polémica cotidiana, como en su defensa de la presencia pública de los crucifijos. Cumplía el deber ético del ser humano de buscar la verdad y esa verdad que él iba descubriendo la comunicaba a quienes quisieran oírle o leerle.
El ateísmo católico es practicado por aquellos ateos que son cultural, social e históricamente católicos. La categoría fue propuesta y defendida por pensadores contemporáneos como Gianni Vattimo, Gustavo Bueno, Oriana Fallaci, George Santayana, que se consideran “ateos, pero católicos”.
En el ateísmo católico predomina la identidad a nivel cultural y geográfica.
Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? 
¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? 
¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? 
¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? 
¿Qué hay después de esta vida temporal?”
¿De dónde vengo? ¿Quién soy? ¿A dónde voy?.
¿Es todo materia?


El filósofo español Gustavo Bueno afirmaba:
Soy ateo católico que no es lo mismo que ser ateo musulmán. En términos generales, la discusión se da entre quienes identifican al catolicismo con la creencia en el dogma de la Iglesia Católica (la fe en Dios, la Trinidad, los sacramentos, etc.) y quienes conciben al catolicismo como un cúmulo de valores culturales: costumbres, tradiciones, historia, política.


El materialismo de Gustavo Bueno no era simple ni dogmático. Recordaba José Manuel Otero Novas en un artículo, publicado en agosto 2016: El dilema materialismo/espiritualismo a propósito de la muerte del filósofo, que era conocido el episodio de la discusión de G. Bueno con Severo Ochoa. Gustavo Bueno se opuso, incluso con vehemencia, al materialismo fácil de Ochoa, para quien “todo es química”; si todo fuera química las grandes obras valdrían lo mismo que los textos fatuos.